No toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido


Móvil cargado. Maleta cerrada. Billetes impresos. Queda una hora para que salga el autobús y mi abuelo ya está nervioso. Hace 5 años que no sale de San Sebastián, y todo lo que supone cambiar su rutina le genera cuanto menos cierta inquietud. “¿Hijita tienes los billetes?”, “Sí abuelo los tengo en la cartera”. Pasea de un lado a otro en la estación, mientras yo saco una foto para subirla a Instagram.

El conductor abre las puertas, y mi abuelo se apresura para ser el primero. “Tranquilo nadie nos va a quitar el sitio”. Nos subimos, colocamos las bolsas y nos sentamos. Mi abuelo respira aliviado, y me transmite una calma que yo no necesitaba: “Ya está hijita, ya estamos montados”.

Normalmente viajo a Madrid a visitar a mis amigos, pero en esta ocasión el plan es bien distinto. El hermano de mi abuelo nos ha invitado a su parcela y vamos a ir a pasar unos días allí. Hermanos que el destino separó, que la rutina les alejó, pero que las sangre les mantiene unidos. Hará 8 años que no se ven, de ahí también el nerviosismo de mi abuelo. Pero aunque apenas tengan contacto la relación sigue intacta. No como ahora, que no hablas un día por Whasapp y parece que has desaparecido del mapa.

El conductor arranca el autobús, y cogemos la variante dirección Madrid. Adoro esa sensación de libertad que me genera viajar. Música y paisajes sucediéndose. Alejarse para estar más cerca de uno mismo. Cuando viajas reflexionas, miras, analizas… Echas la mirada al pasado. Recuerdas. O imaginas el futuro. Sueñas. Me gustaría saber en que está pensando mi abuelo, porque todos al viajar nos sumergimos en una batidora de sensaciones.

Me gusta compartir el silencio, y me gusta hacerlo con mi abuelo. Una conversación sin palabras. Y no es un silencio incómodo, de esos que te precipitas en romper, sino un silencio agradable. Mi abuelo nunca ha sido de grandes diálogos. A veces solo hace falta estar ahí. Simplemente al lado.

Ya se ve de lejos las torres de Madrid. “Hijita vete recogiendo las cosas que luego somos los últimos en salir”. Los amigos, las parejas, y los familiares se amontonan en las vías esperando a que lleguen esas personas que les pellizcan el corazón. Mi abuelo baja y se funde en un abrazo con su hermano. Ese que no veía en 8 años. Con los ojos vidriosos le pregunta, “¿qué tal el viaje? Y es ahí cuando te das cuenta que no toda distancia es ausencia, ni todo silencio es olvido. Ese silencio nutritivo que volvió a aparecer mientras esperábamos a que José Antonio sacara el coche del parking. Ese silencio que lejos de alejarme de mi abuelo, nos acerca aún más. Porque viajar es una mudanza emocional.




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